CRÓNICA MARATÓN DE SEVILLA 24-Febrero-2013
Decía
Rafaela Carrá que "para hacer bien el amor hay que venir al
sur"... Bien, pues salvando las distancias entre hacer el amor y
correr una maratón, puedo afirmar que "para correr bien una
maratón hay que venir al sur".
La lectura
de una emotiva crónica de Sasha, una compañera de la Ule de León,
tras terminar su primera maratón, y tras ver en internet un no menos
emotivo video que recogía la llegada a meta de los participantes en
la maratón de Valencia, despertaron en mí el deseo de vivir esas
emociones que vi reflejadas en aquellos rostros que, aunque en
algunos casos desencajados, no podían ocultar la alegría y
satisfacción de haber conseguido el reto de completar la mítica
distancia. Aunque mejor debería decir "revivir", pues en
el año 2010 corrí mi primera maratón, la de Madrid, de la que
guardo un grato recuerdo, especialmente por los miles y miles de
personas que abarrotaban las calles y que no paraban de animar con
igual efusividad desde el primero al último de los corredores. Se
puede decir que en Madrid no se corre...te llevan.
Fueron
varios los motivos que me animaron a elegir el maratón de Sevilla.
Primero la fecha. Al hacerse en febrero me encajaba perfectamente en
el calendario de carreras que plantee para este 2013, pese a lo cual,
con todo el dolor de mi corazón, tuve que sacrificar la
participación en Alto Sil. Otro motivo que me atrajo era que se
trataba de un recorrido lineal, no de un circuito al que dar vueltas,
que discurría por el centro histórico de Sevilla (todo un lujo), y
además casi plano y al nivel del mar... ¿qué más se puede pedir?
Llegaba el
momento de decidir cómo iba a plantear la carrera: ¿iría a
disfrutarla olvidándome de la marca? o por el contrario prefería
sufrirla para intentar darle un buen mordisco al crono… Difícil
decisión. Al final pensé que ambas cosas podían ser compatibles.
Está claro que lo primero es ir a disfrutar, que es el objetivo que
debemos tener todos aquellos que nunca vamos a vivir de esto, pero
sufriendo lo justito para mejorar la marca personal, que a nadie le
amarga un dulce. Por eso me fijé el objetivo de intentar hacerla en
torno a 3 horas y 15 minutos. Para ello me descargué uno de los
planes de entrenamiento que se ofrecían en la página web de la
carrera y que había sido diseñado por Rodrigo Gavela, por lo que
era de total confianza. Me puse “piernas a la obra” porque apenas
quedaban los tres meses que el plan establecía para la preparación.
Debo decir que los entrenos se me hicieron muy llevaderos, primando
la calidad sobre la cantidad y eso se notó en que en ningún momento
me sentí cansado y no tuve molestias ni lesiones.
De
derecha a izquierda: Andrés, Manolo y Pedro (no confundir con los
Hermanos Dalton)
Así fueron
pasando los días hasta que llegó la última semana…para mí la
peor. La incertidumbre de la climatología que nos podíamos
encontrar (esa semana hubo temporal en todo el sur de España), con
qué zapatillas correr, si llevar mallas o pantalón corto…todo
eran dudas. Llegó el día del viaje. Iba a compartir esta aventura
con Andrés Prieto, una excelente persona y compañero de Ule-Bierzo;
y con Manolo (Manuel Angel), un buen pájaro de Fabero que nos
amenizó el largo camino con su entretenida conversación. Sólo
deciros que el domingo por la noche llegué afónico a casa de todo
lo que hablamos. Llegamos a Sevilla el sábado. El Hotel Macarena fue
nuestro cuartel general, donde también se hospedaban todo el elenco
de africanos que habían llegado a Sevilla a imponer su ley. Allí
también coincidimos con unos “desconocidos” de los que nunca
habíamos oído hablar: Chema Martínez, Martín Fiz y Abel Antón.
¿Os podéis imaginar qué sensación compartir hotel con auténticas
leyendas de este deporte? No, no podéis, eso hay que vivirlo. Sólo
tengo una palabra para describirlos: GRANDES, y no sólo por sus
méritos deportivos, sino por su humildad, amabilidad y , a mi
entender, paciencia con todos los que nos acercábamos con cara de
admiración a saludarles, a pedirles una foto o simplemente a
desearles “suerte”…como si la necesitaran…
Después de
intentar descansar algo nos acercamos al estadio de la Cartuja a
recoger los dorsales y disfrutar del ambientillo de la feria del
corredor. Cuando hice la inscripción no me dejaron acreditar el
tiempo realizado en Madrid porque habían transcurrido más de 2 años
de la marca, lo que suponía que tenía que salir en el último
cajón, lo cual no me hacía mucha gracia de cara a realizar la marca
que me había planteado. Me acerqué a la zona que la organización
tenía habilitada para la acreditación de marcas donde me atendió
una señora que, con esa gracia andaluza me dijo: “A ver,
shiquillo, tú de donde quiere zalí?” Le indiqué el cajón de
3:15 y puso en el dorsal la pegatina con el color correspondiente a
dicho cajón y me dijo: “Ea, po ya tá…Zuerte mi arma!!!”
Regresamos
al hotel a “velar armas” y plantear la estrategia de la carrera.
Mi idea era intentar ir con el globo de 3:15 hasta la media maratón
y luego decidir en función de las fuerzas. Tenía claro que el
“ansia” es el peor aliado a la hora de enfrentarte a los 42km,
pero los que llevamos un tiempo en este mundillo sabemos que cuando
el dorsal te posee no hay lógica que valga.
Con
un tal Chema Martínez, nos pidió que si se podía hacer una foto
con
nosotros y no nos pudimos negar…se le veía tan ilusionado…
La noche
pasó muy despacio. Las horas se hacían eternas. Apenas pude
conciliar el sueño. Quería que el despertador sonase de una vez
para terminar con “esta farsa”. Nos pusimos en pie a las 7 de la
mañana y bajamos a desayunar. Al entrar en el comedor se podía oler
ese familiar aroma a Reflex e incertidumbre. Subimos a la habitación
a ponernos el traje de “faena” y nos dirigimos con el tiempo
justo hacia la línea de salida, que nos quedaba a unos 3 km.
Después de
la caótica entrega de la bolsa en el guardarropa (para mí el único
“pero” que se le puede poner a la organización), nos dirigimos
hacia nuestros puestos de combate dispuestos a enfrentarnos a los
42.195 metros que nos aguardaban con el cuchillo entre los dientes.
Estaba claro que Sevilla iba a vender cara su piel.
Los tensos
minutos que anteceden a la salida se hicieron eternos. El ambiente
estaba impregnado de ese rancio olor a sudor y adrenalina… el aroma
de la batalla inminente. Música de AC/DC para levantar la moral de
la tropa y… 5, 4, 3, 2, 1…..CERO!!! La marea humana se puso en
marcha a 200 latidos por minuto. Las ordenes estaban claras…”Derrotar
a los 42km. No hacer prisioneros”. Y a eso nos dispusimos los 7000
milicianos que componíamos los Tercios Viejos de Sevilla.
Tardé unos
3 km en llegar al globo de 3:15, alrededor del cual se había
congregado una gran multitud de atletas que hacían difícil correr
sin tropezar, por lo que decidí adelantarlo. Me veía bien,
francamente bien, pero no quería sucumbir al canto de sirenas que
con su tentadora voz te susurran: “Vas muy bien, puedes ir más
rápido”. Pero hice caso omiso al traicionero consejo que me habría
hecho chocar inexorablemente contra el temido muro en los últimos
compases de la carrera. En ese momento decidí que las sensaciones
eran las que iban a marcar el ritmo de la carrera y estas eran
extraordinarias. Enseguida cogí un ritmo constante de 4:30 min/km
con la conciencia de que, efectivamente, podía ir más rápido.
Empecé a hablar con gente manteniendo una conversación sin ningún
tipo de dificultad, señal de que las fuerzas estaban a tope. Así
fueron pasando los kilómetros, disfrutando de las bonitas vistas que
en algunos puntos nos brindaba el recorrido. En estos primeros
kilómetros el público congregado en las calles no era muy numeroso
(todavía era temprano y la fresca mañana invitaba a quedarse en la
cama o desayunando unos churritos). Pasé por el km 10 con un tiempo
de 46:11. Bien…sin prisas…todavía queda mucho. Iba bien,
tranquilo, calculador, sin parar de adelantar corredores, cosa que te
da un suplemento de energía. Llegué a la mitad del recorrido
marcando un tiempo de 1:35:37, dos minutos antes de lo previsto.
Empezaba la segunda parte de la carrera y, ya se sabe, segundas
partes…y más en el caso de la maratón. Decidí mantener el ritmo
pues me veía “sobrao”. Poco a poco se empezaba a ver más
ambientillo en las calles y el público ya empezaba a jalear con más
ahínco, conscientes de nuestra gesta. Recuerdo especialmente una
señora que gritaba “¡¡¡Ay qué bien lo hacei…qué estilo má
bonito!!!” jajaja, estos andaluces son tremendos… Apareció el
cartel del km 30. Empezaba el tramo más espectacular del
recorrido…pero también el más peligroso. Nos acercábamos
peligrosamente a la guarida del “tío del mazo”, que pronto
empezó a cobrarse sus primeras víctimas. La Plaza de España nos
esperaba en el km 33 en todo su esplendor. El mero hecho de correr en
este marco incomparable dio por bueno todo el esfuerzo realizado.
Si Aquiles
tenía su tendón, yo tengo mis isquiotibiales. Fue a partir de este
punto donde empecé a notar que de un momento a otro se me iban a
contracturar , por lo que decidí bajar el ritmo para no forzar. Fue
una sabia decisión pues de esa manera pude evitar la aparición de
los calambres, lo cual me habría obligado a parar. Ahora sí, toda
Sevilla estaba en las calles llevándonos a ritmo de sevillanas hasta
meta. Km 38, las únicas fuerzas con las que contaba eran la inercia
y la gravedad de la meta que me atraía hacia sí. Sólo quedaban 4
km para la meta pero parecía que me iban a cundir como los 38 que ya
llevaba en mis piernas. Ahora es cuando la capacidad de sufrimiento
entra en juego. Es en este momento cuando empiezas a decir, incluso
en voz alta, “vamos, tira, ya estás ahí, ya lo tienes, no
pares…”. Es en este momento cuando notas el aliento de todas las
personas que sabes que, en la lejanía, están pendientes de ti y es
por ellas por las que sacas fuerzas de donde no las hay.
Por fin
llegamos al Estadio de la Cartuja. La música, la megafonía y las
miles de gargantas congregadas en sus gradas hacen que te olvides del
cansancio. En el fondo te da pena que se acabe la carrera. En la
recta de meta toda la emoción acumulada se empieza a desbordar. De
repente te invade un sentimiento de euforia. Empiezas a saludar a
todo el público, los besas… y de esa manera cruzas el arco de
meta. Logré detener el crono en una fantástica marca oficial de
3:09:49 (aunque la marca real fue justo 1 minuto más rápida, es
decir 3:08:49). No podía dar crédito. El objetivo había sido
ampliamente superado y es que ya no sólo era el hecho de haber
conseguido una muy buena marca (dentro de mis posibilidades), es que
encima lo había hecho disfrutando. Es imposible describir con
palabras las emociones de los corredores que vamos llegando, eso hay
que vivirlo. Caras exhaustas pero que reflejan una satisfacción sólo
comprensible por…“estos locos que corren”….
Con
la flamante medalla al cuello y una buena cerveza que la excelente
organización
tuvo
la feliz idea de ofrecernos en la meta sólo me queda decir: ¡¡¡Va
por ustedes!!!
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