miércoles, 13 de marzo de 2013

Maraton de Sevilla - Cronica PEdro - Ule Bierzo

CRÓNICA MARATÓN DE SEVILLA 24-Febrero-2013

Decía Rafaela Carrá que "para hacer bien el amor hay que venir al sur"... Bien, pues salvando las distancias entre hacer el amor y correr una maratón, puedo afirmar que "para correr bien una maratón hay que venir al sur".

La lectura de una emotiva crónica de Sasha, una compañera de la Ule de León, tras terminar su primera maratón, y tras ver en internet un no menos emotivo video que recogía la llegada a meta de los participantes en la maratón de Valencia, despertaron en mí el deseo de vivir esas emociones que vi reflejadas en aquellos rostros que, aunque en algunos casos desencajados, no podían ocultar la alegría y satisfacción de haber conseguido el reto de completar la mítica distancia. Aunque mejor debería decir "revivir", pues en el año 2010 corrí mi primera maratón, la de Madrid, de la que guardo un grato recuerdo, especialmente por los miles y miles de personas que abarrotaban las calles y que no paraban de animar con igual efusividad desde el primero al último de los corredores. Se puede decir que en Madrid no se corre...te llevan.

Fueron varios los motivos que me animaron a elegir el maratón de Sevilla. Primero la fecha. Al hacerse en febrero me encajaba perfectamente en el calendario de carreras que plantee para este 2013, pese a lo cual, con todo el dolor de mi corazón, tuve que sacrificar la participación en Alto Sil. Otro motivo que me atrajo era que se trataba de un recorrido lineal, no de un circuito al que dar vueltas, que discurría por el centro histórico de Sevilla (todo un lujo), y además casi plano y al nivel del mar... ¿qué más se puede pedir?

Llegaba el momento de decidir cómo iba a plantear la carrera: ¿iría a disfrutarla olvidándome de la marca? o por el contrario prefería sufrirla para intentar darle un buen mordisco al crono… Difícil decisión. Al final pensé que ambas cosas podían ser compatibles. Está claro que lo primero es ir a disfrutar, que es el objetivo que debemos tener todos aquellos que nunca vamos a vivir de esto, pero sufriendo lo justito para mejorar la marca personal, que a nadie le amarga un dulce. Por eso me fijé el objetivo de intentar hacerla en torno a 3 horas y 15 minutos. Para ello me descargué uno de los planes de entrenamiento que se ofrecían en la página web de la carrera y que había sido diseñado por Rodrigo Gavela, por lo que era de total confianza. Me puse “piernas a la obra” porque apenas quedaban los tres meses que el plan establecía para la preparación. Debo decir que los entrenos se me hicieron muy llevaderos, primando la calidad sobre la cantidad y eso se notó en que en ningún momento me sentí cansado y no tuve molestias ni lesiones. 

 De derecha a izquierda: Andrés, Manolo y Pedro (no confundir con los Hermanos Dalton)


Así fueron pasando los días hasta que llegó la última semana…para mí la peor. La incertidumbre de la climatología que nos podíamos encontrar (esa semana hubo temporal en todo el sur de España), con qué zapatillas correr, si llevar mallas o pantalón corto…todo eran dudas. Llegó el día del viaje. Iba a compartir esta aventura con Andrés Prieto, una excelente persona y compañero de Ule-Bierzo; y con Manolo (Manuel Angel), un buen pájaro de Fabero que nos amenizó el largo camino con su entretenida conversación. Sólo deciros que el domingo por la noche llegué afónico a casa de todo lo que hablamos. Llegamos a Sevilla el sábado. El Hotel Macarena fue nuestro cuartel general, donde también se hospedaban todo el elenco de africanos que habían llegado a Sevilla a imponer su ley. Allí también coincidimos con unos “desconocidos” de los que nunca habíamos oído hablar: Chema Martínez, Martín Fiz y Abel Antón. ¿Os podéis imaginar qué sensación compartir hotel con auténticas leyendas de este deporte? No, no podéis, eso hay que vivirlo. Sólo tengo una palabra para describirlos: GRANDES, y no sólo por sus méritos deportivos, sino por su humildad, amabilidad y , a mi entender, paciencia con todos los que nos acercábamos con cara de admiración a saludarles, a pedirles una foto o simplemente a desearles “suerte”…como si la necesitaran…

Después de intentar descansar algo nos acercamos al estadio de la Cartuja a recoger los dorsales y disfrutar del ambientillo de la feria del corredor. Cuando hice la inscripción no me dejaron acreditar el tiempo realizado en Madrid porque habían transcurrido más de 2 años de la marca, lo que suponía que tenía que salir en el último cajón, lo cual no me hacía mucha gracia de cara a realizar la marca que me había planteado. Me acerqué a la zona que la organización tenía habilitada para la acreditación de marcas donde me atendió una señora que, con esa gracia andaluza me dijo: “A ver, shiquillo, tú de donde quiere zalí?” Le indiqué el cajón de 3:15 y puso en el dorsal la pegatina con el color correspondiente a dicho cajón y me dijo: “Ea, po ya tá…Zuerte mi arma!!!”

Regresamos al hotel a “velar armas” y plantear la estrategia de la carrera. Mi idea era intentar ir con el globo de 3:15 hasta la media maratón y luego decidir en función de las fuerzas. Tenía claro que el “ansia” es el peor aliado a la hora de enfrentarte a los 42km, pero los que llevamos un tiempo en este mundillo sabemos que cuando el dorsal te posee no hay lógica que valga.

Con un tal Chema Martínez, nos pidió que si se podía hacer una foto
con nosotros y no nos pudimos negar…se le veía tan ilusionado…

La noche pasó muy despacio. Las horas se hacían eternas. Apenas pude conciliar el sueño. Quería que el despertador sonase de una vez para terminar con “esta farsa”. Nos pusimos en pie a las 7 de la mañana y bajamos a desayunar. Al entrar en el comedor se podía oler ese familiar aroma a Reflex e incertidumbre. Subimos a la habitación a ponernos el traje de “faena” y nos dirigimos con el tiempo justo hacia la línea de salida, que nos quedaba a unos 3 km.

Después de la caótica entrega de la bolsa en el guardarropa (para mí el único “pero” que se le puede poner a la organización), nos dirigimos hacia nuestros puestos de combate dispuestos a enfrentarnos a los 42.195 metros que nos aguardaban con el cuchillo entre los dientes. Estaba claro que Sevilla iba a vender cara su piel.

Los tensos minutos que anteceden a la salida se hicieron eternos. El ambiente estaba impregnado de ese rancio olor a sudor y adrenalina… el aroma de la batalla inminente. Música de AC/DC para levantar la moral de la tropa y… 5, 4, 3, 2, 1…..CERO!!! La marea humana se puso en marcha a 200 latidos por minuto. Las ordenes estaban claras…”Derrotar a los 42km. No hacer prisioneros”. Y a eso nos dispusimos los 7000 milicianos que componíamos los Tercios Viejos de Sevilla.

Tardé unos 3 km en llegar al globo de 3:15, alrededor del cual se había congregado una gran multitud de atletas que hacían difícil correr sin tropezar, por lo que decidí adelantarlo. Me veía bien, francamente bien, pero no quería sucumbir al canto de sirenas que con su tentadora voz te susurran: “Vas muy bien, puedes ir más rápido”. Pero hice caso omiso al traicionero consejo que me habría hecho chocar inexorablemente contra el temido muro en los últimos compases de la carrera. En ese momento decidí que las sensaciones eran las que iban a marcar el ritmo de la carrera y estas eran extraordinarias. Enseguida cogí un ritmo constante de 4:30 min/km con la conciencia de que, efectivamente, podía ir más rápido. Empecé a hablar con gente manteniendo una conversación sin ningún tipo de dificultad, señal de que las fuerzas estaban a tope. Así fueron pasando los kilómetros, disfrutando de las bonitas vistas que en algunos puntos nos brindaba el recorrido. En estos primeros kilómetros el público congregado en las calles no era muy numeroso (todavía era temprano y la fresca mañana invitaba a quedarse en la cama o desayunando unos churritos). Pasé por el km 10 con un tiempo de 46:11. Bien…sin prisas…todavía queda mucho. Iba bien, tranquilo, calculador, sin parar de adelantar corredores, cosa que te da un suplemento de energía. Llegué a la mitad del recorrido marcando un tiempo de 1:35:37, dos minutos antes de lo previsto. Empezaba la segunda parte de la carrera y, ya se sabe, segundas partes…y más en el caso de la maratón. Decidí mantener el ritmo pues me veía “sobrao”. Poco a poco se empezaba a ver más ambientillo en las calles y el público ya empezaba a jalear con más ahínco, conscientes de nuestra gesta. Recuerdo especialmente una señora que gritaba “¡¡¡Ay qué bien lo hacei…qué estilo má bonito!!!” jajaja, estos andaluces son tremendos… Apareció el cartel del km 30. Empezaba el tramo más espectacular del recorrido…pero también el más peligroso. Nos acercábamos peligrosamente a la guarida del “tío del mazo”, que pronto empezó a cobrarse sus primeras víctimas. La Plaza de España nos esperaba en el km 33 en todo su esplendor. El mero hecho de correr en este marco incomparable dio por bueno todo el esfuerzo realizado.

Si Aquiles tenía su tendón, yo tengo mis isquiotibiales. Fue a partir de este punto donde empecé a notar que de un momento a otro se me iban a contracturar , por lo que decidí bajar el ritmo para no forzar. Fue una sabia decisión pues de esa manera pude evitar la aparición de los calambres, lo cual me habría obligado a parar. Ahora sí, toda Sevilla estaba en las calles llevándonos a ritmo de sevillanas hasta meta. Km 38, las únicas fuerzas con las que contaba eran la inercia y la gravedad de la meta que me atraía hacia sí. Sólo quedaban 4 km para la meta pero parecía que me iban a cundir como los 38 que ya llevaba en mis piernas. Ahora es cuando la capacidad de sufrimiento entra en juego. Es en este momento cuando empiezas a decir, incluso en voz alta, “vamos, tira, ya estás ahí, ya lo tienes, no pares…”. Es en este momento cuando notas el aliento de todas las personas que sabes que, en la lejanía, están pendientes de ti y es por ellas por las que sacas fuerzas de donde no las hay.

Por fin llegamos al Estadio de la Cartuja. La música, la megafonía y las miles de gargantas congregadas en sus gradas hacen que te olvides del cansancio. En el fondo te da pena que se acabe la carrera. En la recta de meta toda la emoción acumulada se empieza a desbordar. De repente te invade un sentimiento de euforia. Empiezas a saludar a todo el público, los besas… y de esa manera cruzas el arco de meta. Logré detener el crono en una fantástica marca oficial de 3:09:49 (aunque la marca real fue justo 1 minuto más rápida, es decir 3:08:49). No podía dar crédito. El objetivo había sido ampliamente superado y es que ya no sólo era el hecho de haber conseguido una muy buena marca (dentro de mis posibilidades), es que encima lo había hecho disfrutando. Es imposible describir con palabras las emociones de los corredores que vamos llegando, eso hay que vivirlo. Caras exhaustas pero que reflejan una satisfacción sólo comprensible por…“estos locos que corren”….


Con la flamante medalla al cuello y una buena cerveza que la excelente organización
tuvo la feliz idea de ofrecernos en la meta sólo me queda decir: ¡¡¡Va por ustedes!!!




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